No recuerdo en qué momento exacto que lo conocí, sé que fue entre el 2001 y 2002, yo no tenía más de un año que había regresado a México. Mi amiga de la infancia Cecilia Llanes me había conectado con producciones de tesis del CCC, ella trabajaba en una ópera prima que en ese momento se llamaba La Región De Las Sombras y que posteriormente se llamó 1973 (Isordia, 2005). Empecé a colaborar con Eduardo Quiroz y su documental Como Te Ven Te Tratan, fue ahí donde lo conocí, les digo, no recuerdo el momento exacto pero recuerdo varios momentos, todos disueltos entre la memoria, entre diecisiete años y entre cuatro meses.
Fue una de las primeras personas que me enseño de cine y el respeto que uno debe tenerle.
Durante un llamado en Chalco, para entrevistar a un personaje del documental de Quiroz, mi condición de asistente de producción solo era un nombre, era la escoria debajo del refri de las producciones fílmicas, era el runner en realidad, un IBM dosmilero del cine. Por ese entonces me daba la impresión de que su intención era la cinematografía, y en esa ocasión Eugenio iba como asistente de cámara y estaba preparando la óptica, cuando me pasó un lente y me solicitó que lo cuidara, yo, en mi ignorancia, lo coloque en el piso de la van en la que nos transportábamos, lo asenté con la montura hacia el piso. Cuando Eugenio me pidió el lente mientras yo escupía una sarta de idioteces de mi boca, al voltear y ver lo que yo había hecho me espetó con paciencia “¡Carlos, nunca, pero nunca pongas un lente en esa posición y sin tapa, los lentes se rayan!”. Apenado cerré la boca y lo seguí con la cabeza gacha de vergüenza. Solo después dijo algo así como que no me sintiera mal, todo mundo aprende así.
Durante la producción del documental surgió la oportunidad de hacer, finalmente, una película de ficción, requería estar fuera bastante tiempo, se iba a llevar a cabo entre El Oro y Tlalpujahua, el cortometraje se llamaba Agua Bajo el Puente de Ruben Elias. Eugenio fue como segundo asistente de cámara, el primero fue un madrileño que se llamaba Jordi y el cinematógrafo era Miguel López.
El rodaje fue un caos, sacábamos las escenas con lo poco que teníamos, jornadas de dieciseis horas durante dos semanas. En mi función de ibeeme del crew podía dispensar mis pláticas con la gente, hablaba con los actores, entre ellos Abel Woolrich, con el director, Arubens o Rubén, la directora de arte y el equipo de fotografía. Miguel me dejaba emplazar la cámara siempre a la sombra de Eugenio que no se separaba jamás de ella, como buen asistente y en esas siempre platicábamos. Alguna vez me contó que él provenía de una familia que había sufrido el exilio de Argentina, yo le mencioné que yo también provenía de una familia similar pero de Chile, creo que es fue lo que generó ese vinculo de familiaridad. Fue después de esas confesiones mutuas cuando una mañana me dijo mientras seteaba la cámara “si algún día haces una película, yo te voy a ser tu fotógrafo” tengo que ser honesto, creo que fue un ofrecimiento que se hace al calor de la situación sin medir la importancia de las palabras, en ese momento me dije que había encontrado a mi Storaro, iluso de mi.
Una de las últimas anécdotas de ese rodaje fue cuando seteaba la Arri del CCC con un mattebox (dispositivo utilizado en el extremo de una lente para bloquear el sol u otra fuente de luz con el fin de evitar el deslumbramiento y el destello de la lente) al que le había puesto un filtro ND al frente, colocó sobre los rieles frontales de la cámara y se volteo a guardar las fundas del filtro, en la habitación estábamos el director, Ruben, Lenón, Jordi y un servidor. Y Ante la mirada atónita de todos vimos como lentamente el matte box empezó a ceder, y ninguno hizo nada, de pronto el equipo cayó del lente de la cámara haciendo un ruido seco. Vimos como Eugenio palideció en segundos, se acercó a revisar el filtro y pese al golpe todo se hallaba en su lugar, nada se había roto, así que colocó de nuevo el dispositivo segundos antes que llegara el cinematógrafo.
No nos volvimos a ver después de ese caótico rodaje, quizá una que otra plática esporádica entre sus últimas clases de ese semestre, pero nada más, no volvimos a coincidir y yo siempre contuve la promesa de que el sería mi fotógrafo el día que hiciera mi obra maestra.
Una tarde del 2008, mientras fumábamos unos amigos y yo ilegalmente un porro en los pastos de la FES Acatlán Efrain, un colega de la facultad, nos dijo con entusiasmo “vi un documental chingonsísimo, se llaman Los Herederos, véanlo banda, es de un mexicano que se llama Eduardo Braoilvsky o algo así”. “¿Polgovsky?” le pregunté. “Si, así se llama, esta de huevos la peli”. Era Eugenio que aparecía de nuevo, recordé lo que me dijo aquella mañana y fue cuando me di cuenta que nunca iba a pasar.
Pasaron más años, el documental de Andrea Marcial, La Música Silenciada, entró a la terna para mejor cortometraje del Ariel del 2014. Aunque el ganador fue Un Salto de Vida de Eugenio, pero en vez de alegrarme me sentí un poco traicionado, y no es que el documental sobre una cascada sea malo o similares, era que Eugenio ya era un cineasta consagrado y recibir un premio, que honestamente se merecía La Música Silenciada, lo hacía formar parte del establishment del cine intelectual mexicano. Sí me dolió, en ese punto no quería que Eugenio fuera mi fotógrafo por culpa de esa traición involuntaria.
Ayer, mientras jugaba en mi consola pausas de bajas y eliminaciones, revisando Facebook, fue la misma Andie quien publicó la noticia antes de que oscureciera. Dejé de jugar en ese instante.
Sé que no era mi amigo, es más, dudo seriamente que se acordara de mi. Yo me acuerdo de él cada vez que veo algo relacionado con su trabajo. Por encima de la cuestión personal, Eugenio Polgovsky era una buena persona y un excelente cineasta. Su trabajo marcó un precedente en el documental y el cine nacional, y la mejor forma que hay para homenajearlo es ver su trabajo y ver el de otros cineastas.
Sé que esto no es El País y yo no soy Gael Garcia Bernal, pero aun así tengo la prerrogativa, si quieren wannabe, de despedirlo y expresar la admiración, a pesar de todo.
Buen camino Eugenio, espero que te estés echando unas buenas pláticas con Cappa, con Fellini y con Bielinsky.