Nombre: Valerian and the city of a thousand planets
Dirección: Luc Besson
Año de producción: 2017
Plataforma: Cartelera
En cinco líneas esta película:
Es el regreso de Luc Besson a la ciencia ficción
Tiene una buena banda sonora de Alexandre Desplat
Es un nuevo intento por parte de Cara Delevigne
Sin ser melosa, contiene un bonito mensaje de unión SciFi
Es irreverente y por momentos floja
La base internacional espacial que orbitaba la tierra fungió, desde 1975, como un puente entre naciones. Todo empezó cuando la delegación China mandó su módulo de conexión; luego India, Medio Oriente, naciones africanas y de todo el planeta querían anclar sus naves y estrechar el conocimiento entre humanos. En 2150 arribaron naves de otros planetas, especies inteligentes, una tras otra interesadas en entablar diálogo y compartir su conocimiento. La estación que albergaba a cada delegación que arribaba, alcanzó su masa crítica y tuvo que ser liberada de la órbita. El satélite artificial, una suerte de organización interespacial, viaja por la corriente magallánica en los confines del tiempo y el espacio. Cuatrocientos años después, un enemigo la está destruyendo desde sus entrañas, como si se tratara de un tumor. La milicia lo quiere eliminar, pero el ministerio de defensa debe mandar a su mejor agente para investigar: el mayor Valerian (Dean Dehaan) y la sargento Laureline (Cara Delevigne).
En Francia se cocinó el surrealismo, corriente artística que funcionó como fundamento ideológico a personas imaginativas, para sustentar aquellas cosas que no tienen una explicación racional. Los cómics —o novelas gráficas para aquellos lectores adultos y exigentes— también tuvieron una importante cabida. Gente como Goscinny y Uderzo o Möebius (Jean Giraud), quien competía con su obra Blueberry del mismo género… Los cómics surgieron como una nueva expresión durante la posguerra y en la década de los sesenta era ya un medio narrativo afianzado dentro de la oferta de cultura gala. Valerian et Laureline pertenecieron a una generación de estas historias que tenían como base la ciencia ficción, un tanto abstracta. Se publicaba en la revista Pilote para competir con publicaciones —journales, según los franceses— como Tintin.
La cinta es una adaptación del cuarto número de la saga (Valerian et Laureline, L’Empire des mille planètes), en el que la dupla se reúne, pues antes Valerian viajaba solo. El filme consiste en una ciencia ficción sin explicación, que alude más a cómo los personajes viajan por el mundo establecido y sus aventuras multidimensionales. Efectivamente, la cinta no hubiera podido llevarse a cabo de no ser por Avatar (Cameron, 2009), pues el apartado técnico es impresionante y prolijo, cosa que deja al descubierto la parte narrativa, más pueril, pero no por eso mala. Solo un tanto boba y divertida.
Valerian es un soldado que sigue órdenes para luego desobedecerlas; es indolente ante los hombres que pueda perder, con tal de cumplir su misión. Mientras que Laureline es la parte emotiva y, a muchos ratos, quien saca a Valerian del atolladero en el que se ha metido. El aspecto más serio es su premisa: el perdón como forma de resolución de conflictos, muy al estilo hawaiano del Ho’oponopono.
El reparto es excepcional, si tomamos como media actores que van desde John Goodman, hasta el maestro del jazz: Herbie Hancock. La dirección es casual y suelta en su puesta en escena, con referencias propias, así como homenajes. Besson propone una historia de ciencia ficción, que no rompe los esquemas prometidos, pero sí resulta en una experiencia afable y violenta, que nos hace ver que la buena acción es bien vista incluso en los confines del universo.