Así como si nada ya vamos a mitad de temporada con Westworld, serie que por ser de HBO se reserva el derecho de soltarnos un capítulo a la semana. Aún no estoy convencido de que este formato clásico tiene alguna virtud; francamente me sigue molestando un poco que una historia se nos de a cuenta gotas o de manera interrumpida. Por otro lado, no puedo tener en mis manos cien gramos de chocolate porque me los como el mismo día y me dicen que eso no es disfrutar la vida. ¿Punto a favor de HBO? No lo creo.
La realidad de las cosas es que no podría estar más feliz por cómo se están dando las cosas con la serie. Siempre temeroso de que la mitología se empiece a destartalar por darle a los cyborgs más atribuciones humanas de las que el propio universo que se ha construido pueda sostener, esta temporada me ha respondido con dos noticias, una buena y otra mala, pero que en realidad, como siempre me vendo barato cuando se trata de ciencia ficción y fantasía, las dos son buenas.
La primera noticia (la buena) se nos dio en el cuarto capítulo, donde se abrió la posibilidad de la reencarnación a través de la transmisión de la conciencia a un cascarón artificial. Una tecnología que dentro de la historia al parecer aún no es del todo posible. Y digo al parecer porque pareciera ser obvio que el Doctor Ford (Anthony Hopkins) no solo ya lo logró, y que no solo está posicionado en UN nuevo cascarón, sino que se está dando el rol por donde quiera que va El Hombre de Negro (Ed Harris). ¿Será? Es una de las mil teorías disponibles en el séquito de esta serie. Es refrescante ver que los guionistas de la serie se acercan a uno de los grandes clásico del cyberpunk, Ghost in the Shell, y una de mis obras favoritas. Sin duda alguna este nuevo aspecto de la mitología jugará gran parte en la historia del Hombre de Negro, quien al parecer está buscando con toda ansia le llegue su día.
La segunda noticia se nos dio en el quinto capítulo, donde empezamos a rozar la fantasía. En esta ocasión le tocó a Maeve (Thandie Newton), quien al introducirse en la versión shogun del parque, la cual al parecer está inspirado en la dulce cinta 13 Asesinos (2010) de Takashi Miike (la luna de miel de tus sueños), descubre que tiene el poder de comunicarse con los de su especie por telekinesis y de paso obligarlos a hacer lo que ella quiera; poder que hasta ahora solo ha utilizado para asesinar –en defensa propia–. Este recurso, diegéticamente, sí tiene su base en la tecnología, por lo que siendo estrictos sigue siendo ciencia ficción. Pero, ya subiendo un nivel en meta, definitivamente gira la serie en una dirección un poco más lúdica. Recordemos el desafortunado caso de otro clásico de ciencia ficción donde sucedió algo similar: Matrix Revolutions (Wachowskis, 2003). Y, bueno, sabemos que una de las debilidades de HBO es la juerga, donde sus series empiezan a salirse de control con tal de acaparar al mínimo común denominador; ejemplo perfecto: Game of Thrones.
Hasta ahora, Westworld ha sido más una serie de ciencia ficción para aquellos que disfrutan de la ciencia ficción que obliga a pensar, que una serie para gente que disfruta de la ciencia ficción con efectos especiales. Conforme Westworld se vaya haciendo más grande seguro se empezará a acercar hacia lo segundo, esperemos, sin olvidar lo primero. Ojalá y que el balance que hemos tenido hasta ahora no se pierda, porque los mindfucks sí que han estado a la orden del día y prefiero esos mil veces antes que cualquier batalla con dragones. Y mira que las batallas con dragones me son más que satisfactorias.