Producción: I, Daniel Blake (Yo, Daniel Blake)
Director: Ken Loach
Año: 2016
Plataforma: 62 Muestra Cineteca Nacional

 

En cinco líneas esta película:

 

Es de drama y comentario social

Tiene conmovedoras actuaciones protagónicas

Logra la empatía del espectador

Es efectiva en su denuncia social

No se salva de algunos recursos convencionales

 

   

 

Al comenzar la película escuchamos sobre pantalla en negro la voz en off de un hombre respondiendo una serie de preguntas predefinidas acerca de su salud. Conocemos que el hombre ha sufrido un ataque cardiaco y por consecuencia no puede realizar ningún trabajo que requiera esfuerzo, así que siendo capaz de caminar 50 metros sin ayuda y poder levantar los brazos sin problema se le considera no apto para obtener el seguro por incapacidad laboral; de un momento a otro mientras la conversación sigue (y como Loach lo ha hecho antes, por ejemplo en My Name Is Joe, 1998) aparece en pantalla nuestro protagonista: Daniel Blake (Dave Johns), un hombre mayor de bajos recursos olvidado por la tecnología, porque desde siempre no ha conocido otra forma de ganarse la vida que con sus propias manos. El otrora carpintero busca ahora la manera de subsistir y recurre a los apoyos que otorga el gobierno inglés, empero, en lugar de ayudarlo lo perjudicarán más, y es que la falta de criterio del sistema burocrático lo pondrá en una situación de corte Kafkiano.

Durante esta secuencia inicial nunca vemos a la mujer que lo entrevista, quien se describe a sí misma no como una doctora o enfermera, sino como una profesional de la salud; esa representación invisible y ambigua equivale precisamente a cualquier sistema burocrático –y no sólo el ingles, es una situación que puede verse en cualquier parte del mundo independientemente del caso que se trate– siempre con un funcionamiento impenetrable e inapelable. La forma en que Ken Loach muestra a los trabajadores del gobierno no dista de sus anteriores filmes, representándolos como simples personas que sólo hacen su trabajo, en esto último es justo en lo que Loach pone énfasis: ellos no pretenden ayudar, aunque ese es el objetivo de su empleo, ellos sólo siguen reglas preestablecidas para que el sistema funcione como se debe.

Dentro de esa esfera de trabajadores-robots hay una mujer con cierto criterio para ayudar a Daniel, sin embargo, Loach y su guionista de cabecera Paul Laverty nunca la deja ir más allá, posicionándola sólo como la excepción, como el frijol en el arroz, como la prueba de que a pesar de todo puede haber matices; y optan mejor por otro personaje femenino, uno también víctima del sistema: Katie (Harley Squires), una joven mujer desempleada y madre soltera de dos hijos, ellos acaban de llegar a Newcastle en busca de nuevas oportunidades tras dejar atrás la complicada y costosa vida en Londres. Daniel y Katie rápido simpatizarán al encontrase en situaciones similares, pero no será la base de su relación. La conmovedora actuación de Johns y Squires no sólo proporcionan simpatía y empatía hacia los personajes, también muestran cierta afinidad entre ellos casi familiar.

La película acreedora a la Palma de Oro en el Festival Cannes –segundo reconocimiento para Ken Loach, el primero por The Wind that Shakes the Barley en 2006– es el regreso del director de Kes (1969) luego de haber anunciado su retiro en 2014 tras Jimmy´s Hall (2014) (si es que en verdad alguna vez estuvo retirado). De un lado vemos a Daniel como un hombre mayor e independiente, pero con nulas oportunidades de sobrevivir en un mundo dominado por las computadoras, del otro una joven mujer quien es ejemplo de las consecuencias de la gentrificación y la falta de oportunidades si no se nace en el lugar correcto. Dave Jonhs en el papel protagónico realiza un trabajo verdaderamente sobresaliente. Es curioso que Loach escogiera de nueva cuenta a un comediante de stand up sin mucha experiencia en la actuación (I, Daniel Blake es el primer protagónico para Johns en su carrera) para el personaje principal; tal y como lo hizo con Crissy Rock en Ladybird Ladybird (1994) quien también es comediante de stand up y antes de esa cinta nunca había actuado. Y al igual que Rock, Johns le brinda cotidianidad al personaje con destellos de humor que nos hace simpatizar verdaderamente con él. Uno entiende y apoya cada decisión que toma, incluyendo las más desafiantes como la que le da nombre a la película, porque él siempre va a preferir apelar antes de morir de hambre.

Tal vez el único hándicap de la cinta es que intenta conmover por el camino fácil, con predecibles acciones desesperadas o absurdas, sin embargo a pesar de eso siempre logra su cometido (como ejemplo una secuencia clave en un banco de comida: desde un principio sospechamos lo que puede suceder con Katie, y aún así sucede y es brutalmente desgarrador). De igual manera pareciera que la multitud que compone la película se reduce sólo en dos: los malvados trabajadores del gobierno y los buenos ciudadanos cotidianos. Es una categorización bastante simple pero igualmente funciona en su propósito, esto debido al discreto y reflexivo ritmo que siempre da pie a la reflexión.

Es difícil conocer desde aquí a fondo las políticas británicas, sin embargo, la película plantea una situación burocrática que se puede vivir en cualquier parte del mundo: la deshumanización de sus servicios donde todos somos solo un dígito más. Tanto la película, como su personaje principal, no buscan sugerir o encontrar una solución sino realizar un retrato de la identidad y de la vida.

 

Yo, Daniel Blake es parte de la 62° Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Pueden encontrar boletos aquí.

 

 

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