Producción: Yo, Olga, Historia de Una Asesina
Director: Tomas Weinreb y Petr Kazda
Año: 2016
Plataforma: Cineteca Nacional
En 5 líneas esta película
Es de drama
Está basada en una historia real
Cuidada la composición en los encuadres
Es objetiva al manejar el relato
Carece de empatía para acercarnos al personaje
I, Olga Hepnarová o Yo, Olga, Historia de una Asesina (como fue nombrada en México) se basa en la historia real de la última mujer sentenciada a muerte en la antigua Checoslovaquia. El personaje que da título a esta obra, durante la década de los setenta, atropella deliberadamente a un grupo de personas que espera a un tranvía, matando a ocho e hiriendo a una docena. Unos días antes Olga manda una carta a los periódicos, justificando sus acciones y, en el juicio, acepta toda la culpa, pidiendo incluso su propia ejecución. Tiene 22 años y es declarada en total posesión de sus facultades mentales.
Sin embargo, momentos antes de su ejecución, se revuelca, grita, llora y vomita, haciendo de su sentencia un suceso brutal y culposo. Y es que la historia de Olga (Michalina Olszanska) es una de venganza. Ella no se siente parte del mundo —“fui encerrada dentro de una buena familia”— y es víctima de abusos, soledad y una madre fría e indiferente: “se necesita voluntad para suicidarse, cosa que tú no tienes”, le dice, tras su fallido intento de suicidio.
Nos enteramos de que Olga incluso fue recluida en un hospital psiquiátrico, en el cual de igual manera era la chica preferida para molestar. Sus preferencias lésbicas tampoco ayudaron a que encajara. En general, ella intenta hacer justicia por vivir en un mundo que experimenta como injusto para quienes son distintos. Su finalidad es dar una lección —“si me cuelgan, mi crimen tendrá aún más valor”—, por creer que la sociedad orilla a gente como ella a matar a inocentes. Para nada se equivoca.
Los directores, Tomas Weinreb y Petr Kazda, realizan una cuidadosa representación de la historia de Olga. A través de minuciosas y estáticas puestas en cuadro en blanco y negro y prolongados silencios se intenta hacer un retrato por demás objetivo, empero, todo este cuidado se vuelve demasiado solemne para convencernos de la brutalidad del suceso, tanto del crimen de Olga como de su ejecución. Precisamente el exceso de objetividad nos termina por alejar del personaje. Sin embargo, hay que reconocer el trabajo de Michalina Olszanska, que tiene momentos a destacar; por ejemplo, cuando recita testimonios verdaderos de Olga, su resentimiento impacta no solamente a los personajes sino también a los espectadores.
La impecable fotografía y el trabajo de Olszanska hacen de la cinta una pieza fácil de admirar, aunque no deba dejarse de lado que la adaptación de una historia requiere más que documentalizar los hechos. La empatía es fundamental para entender las repercusiones del personaje, cosa en que no consigue y en la que incluso no está interesada esta película.